viernes, 21 de agosto de 2015

Maletas, mochilas

Arriba, abajo, siempre viajando. Entre el arraigo profundo de una ciudad que has aprendido a querer y el deseo constante de aterrizar en un nuevo lugar. ¿Hasta dónde llega esa inquietud abrasadora? Piensas y de repente te preguntas si echarás raíces aquí, si esta ciudad dará tanto de sí, una ciudad agotadora e insaciable como tú, que sin embargo a veces pesa. Te agota incluso la inspiración, esa que siempre andas buscando, pero que se ha quedado aletargada, como si se hubiera refugiado entre el polvo de recuerdos infinitos. Te pesa cuando pasan los días y te das cuenta de que abarcarla es imposible, porque quizá necesitas un nuevo aire para desempolvar el color de lo que tienes delante. Quizá nunca tuviste tanto, pero sigues queriendo lo que te falta. 

Te pesa. Te agarra y te pide aire. La curiosidad infinita que te acecha te apremia a levantarte y a abrir un nuevo camino. Porque has pasado más horas en un aeropuerto que en el metro, porque hacer maletas te emociona. Deshacerlas a veces te estremece: has tenido la suerte de encontrarte bien siempre allá donde fuiste y no te gustan las despedidas. Siempre te debates entre las ganas de volar y el buen sabor que te dejó ese lugar, lo que viviste, la gente que conociste. 

Es una inquietud sana, sin miedo. Simplemente un escalofrío que te recorre el cuerpo inquieto, ávido de viajar. Y entonces sabes que debes seguir, hacer la maleta de nuevo. Seguir llenando la mochila. Porque tu corazón está lleno, pero lo estará más si vuelas de nuevo.