miércoles, 22 de abril de 2015

Entre libros y rosas

Un año más, me toca pasar Sant Jordi lejos de Barcelona. Lejos de La Rambla, de los paseos entre tinta y aroma de rosal, llenos de sonrisas cómplices. Sant Jordi no solo es día para los enamorados. Los amigos, los padrinos, los hijos, los padres, todos salen a la calle para declarar su amor por las letras, por su ciudad y por la persona -o las personas- que tienen al lado. Rosas rojas, rosas, blancas, amarillas, azules y hasta de caramelo... Un mosaico de colores, un festival de emociones. Alegría y paseos compartidos, sin prisa. Las preocupaciones se diluyen, nos rendimos a la calle y buscamos sumergirnos en alguno de esos libros que esperan, impacientes, estar en manos de algún ávido lector.



Una de las cosas más emocionantes que he vivido es recibir una de esas rosas, aun estando lejos -y cerca, a la vez- de Barcelona, de parte de alguien que comparte mi sensibilidad por esa fecha. Además de mi padre, quien me inculcó desde pequeña el amor por esta fiesta, y mi madre, que también se emociona con ella, solo una persona supo sorprenderme en Sant Jordi con una rosa y un libro, que cada año, cuando llega esta fecha, desempolvo de la estantería con muchísimo cariño. No soy amante de las efemérides, de los regalos de calendario, ni de los San Valentines, pero Sant Jordi sí, por alguna razón, es especial para mí.

                                                                    Sant Jordi - 2000 - C. Faro. ©

Dice la leyenda que cuando la hija del rey estaba a punto ser engullida por el dragón, un apuesto caballero cambió su suerte, desenfundó su lanza y mató al animal. De su sangre brotaron rosas rojas. Es la leyenda de Sant Jordi, patrón de Cataluña y protagonista de la fiesta del 23 de abril, aniversario de la muerte de Shakespeare y Cervantes. En 1996, la Unesco declaró este día el Día Mundial del Libro y de los Derechos de Autor. Muchas otras ciudades se han sumado a la fiesta, incluso en Japón o en Venezuela. En Madrid, cada vez más librerías ofrecen descuentos en improvisados puestos callejeros, y, desde hace diez años, celebran "La Noche de los Libros", una versión vespertina de la fiesta, diferente, con menos rosas, pero también con mucho encanto, aunque toque pasarla persiguiendo a algún político, como tuve que hacer hace unos años. Por suerte también pude estar cerca de escritores como Juan Marsé, entre cuentos de Poe y poemas de Mallarmé. Nunca olvidaré ese día, ni ese año rodeada de letras. 

Llega Sant Jordi y me entra nostalgia de Barcelona. Escucho la tele y no puedo evitar pensar que hoy es un día duro para mi ciudad, y de algún modo también para las letras, por el terrible suceso que se ha cobrado la vida de un maestro. Cuánta locura.

                                                                   La viñeta de Andrés Faro de hoy en el Diari de Tarragona.


Llega Sant Jordi y me entra nostalgia de Barcelona. Me entran ganas de mar, de pasear entre libros y rosas. En Barcelona, Sant Jordi es el día laborable más festivo del año. Solteros o enamorados, de todas las edades, se escapan corriendo del trabajo para pasear por las librerías ambulantes, conocer a sus autores favoritos, bajar La Rambla hasta Colón, ver el mar y dejarse impregnar por el sabor de ese día en que la Ciudad Condal cobra su máximo esplendor. También el metro, ese lugar que tan a menudo refleja el estado de ánimo de una ciudad, abandona las caras de rutina, convertidas por un día en una celebración espontánea, casi inconsciente, que cada año se renueva, con todos los colores vivos de una primavera que llega para quedarse. Caras tímidas de chicos jóvenes, sonrisas pletóricas de madres o esposas, jubilados, niños... Todos, o muchos, con su libro y su rosa. Todos con el deseo de que la ilusión de ese día no se marchite, de poner su rosa en remojo y sumergirse en esa nueva historia con la que soñar.


Sant Jordi any 2000 - C. Faro. ©


martes, 14 de abril de 2015

Viajes y vueltas


Volver a un lugar en el que pasaste años de tu vida produce tal impacto en tu memoria que al principio, de entrada, sientes que no lo reconoces. Todo sigue igual, pero todo ha cambiado. Han pasado diez años y eres otra persona. En realidad no. Eres la misma, pero con mil vivencias más, con mil vueltas, cientos de viajes y lugares recorridos. Paseas por esos jardines, el pasillo, la clase. La sala de profesores, ese lugar vedado que ahora sí puedes pisar, porque estás en ese otro lugar. La vida, de repente, por un momento, te ha puesto ahí. Y tú has querido estar ahí. 


A veces, sin pensarlo, tomas decisiones que cambian para siempre tu camino. No sé cuánto me cambiará haber pisado el Liceo de nuevo, pero es cierto que me ha llenado de luz. He tenido que ponerme frente a casi treinta adolescentes inquietos para recordar qué es lo que me hace feliz. Hemos hablado de información, de periodismo, de la vida y de lo que ellos han querido, porque tienen una curiosidad infinita que emociona. Hemos viajado juntos al pasado. Y yo he hecho un viaje en el tiempo, para pensar en el futuro y vivir el presente, con el impulso de sus miradas de ilusión.

A veces, la rutina nos hace olvidar lo importante que es invertir nuestro tiempo en ser felices. Ser felices, en lo poco o mucho que dependa de nosotros, con lo que hacemos, trabajar no solo por la necesidad de hacerlo. Sentirnos realizados, tener un proyecto propio, ilusión, ganas de crear, de avanzar, de cambiar cosas. Algo pasa, y nos paramos a pensar que quizá debamos reconducir nuestro camino para seguir persiguiendo el sueño, los sueños que nos hacen felices. 


A veces, nos olvidamos de vivir. Crear, amar… Soñar. La vida no es nada sin esos sueños que tenemos despiertos. Y me doy cuenta de que solo hace falta pararse, de vez en cuando, entre tantos viajes y vueltas. Subir de nuevo al coche y meter la siguiente marcha a conciencia, seguir el camino, emocionarnos. Abrir la ventana, que se erice nuestra piel con el viento y sonreír, con esa mirada puesta en las pequeñas cosas que nos enseñan a vivir, entre viajes y vueltas.


"¡Perder el sueño, que desteje la intrincada trama del dolor; el sueño, descanso de toda fatiga; alimento el más dulce que se sirve a la mesa de la vida." (Shakespeare, Macbeth)