¡Por fin! Ayer mi pie me dio una tregua y decidí perderme por mi nuevo barrio. Hacía sol, así que dejé el paraguas en casa y desenfundé mis gafas. Había huelga de metro. Me subí a un autobús que me llevó rumbo a Largo Argentina. Y -¡por fin!-, había luz. Los reflejos golpean tanto como el silencio que se hace en las calles cuando cae el sol. Con un ojo puesto en el suelo –malditos ¡Sampietrini!- y otro en todo lo demás, llegué sin querer a Santa Maria sopra Minerva. Apenas había gente en la plaza, así que entré en la basílica. Y, sin querer, descubrí una de las pocas iglesias góticas de Roma.
Una extraña energía me arrastró al claustro. Ahí estaba, entre frescos. Perfecto mármol, embriagado por el olor a incienso. Perfecto Cristo redentor, con su perfecta pose. Michelangelo. Roma... Regala maravillas escondidas. A cada paso.
Una extraña energía me arrastró al claustro. Ahí estaba, entre frescos. Perfecto mármol, embriagado por el olor a incienso. Perfecto Cristo redentor, con su perfecta pose. Michelangelo. Roma... Regala maravillas escondidas. A cada paso.
sigue guardando moméntos emblemáticos
ResponderEliminarHoy estuve viendo una película muy pedorra en televisión (típico telefilme para después de comer) sólo porque transcurría en Venecia y Roma. Cuando salió la Piazza Navona, me acordé de ti y de la enorme suerte que tienes de contemplar ese paisaje todos los días. Sigue disfrutando. Muchos besos
ResponderEliminarP.D. Conocí la Sopra Minerva gracias a mi hermana, que me llevó por dos motivos: 1. Es fanática admiradora del color azul, así que entenderás por qué es su iglesia favorita en Roma; 2. El Cristo de Miguel Ángel...