viernes, 9 de julio de 2010

Entre silencio y un pulpo

Hoy, mientras España estaba pendiente del veredicto de un pulpo, Italia amanecía sin noticias. Nada de periódicos, nada de televisión ni teletipos. Redifusión y telediarios viejos. Sólo la televisión pública, Rai, emitió un breve informativo para cumplir con los servicios mínimos. Con noticias de ayer. Ni siquiera los diarios deportivos han actualizado sus webs y -¡Dios mío!- se han perdido el pronóstico de Paul.

Un día en blanco. Porque los periodistas, deudores de la voz del pueblo, no quieren –no queremos- cortapisas, no quieren una ley que proteja a aquel que tiene algo que esconder y que castigue con multas y penas de cárcel a los que publiquen el contenido de escuchas telefónicas interceptadas en investigaciones judiciales. La “ley mordaza”, la llaman.

Me quedo con eso que denominamos el derecho de información de los ciudadanos y salgo a la calle a preguntar a esos ciudadanos qué opinan al respecto. Y me encuentro con silencio.

“No te digo lo que pienso, porque me cabreo”, me espeta tajante una quiosquera de Campo di Fiori. ¿No debería ser al revés, –me pregunto- no deberías decirme lo que piensas, precisamente, porque estás cabreada? A veces es difícil alzar la voz, pero parece que Italia se ha quedado sin cuerdas vocales. Da la impresión de que vive con una mordaza desde hace mucho tiempo. Nadie sabe en qué momento empezó a hilarse, a diluir el espíritu crítico, pero está ahí, se articula a sus anchas. Y se empeña en callar a un país maravilloso.

El paro informativo coincidió con una huelga de transportes en contra de los recortes presupuestarios y muchos han equiparado una cosa con la otra.“No sabía que la huelga afectara también a los periódicos”, confiesa una clienta del mismo quiosco . Y baja el tono de voz cuando le pregunto si hoy por hoy un italiano es libre de decir lo que piensa. “Más o menos”, sugiere. Sin embargo, cree –o dice- que el país funciona mejor desde que Silvio Berlusconi es primer ministro. Todo un enigma.

El alegato a favor de la libertad de expresión fue bautizado como “jornada de silencio”, una paradoja si no fuera porque el silencio está en la calle prácticamente los 365 días del año. Por suerte hubo gente que hace una semana lanzó un grito de hartazgo en una manifestación contra esta clase política amparada por el abuso del poder. Más gritos y puede que la cosa cambie. Pero mañana, por desgracia, muchos dirán que la huelga ha sido un éxito. Y volverá a haber silencio.

En España, mientras tanto, pensamos en el pulpo. Quizás él tenga la clave.