domingo, 19 de septiembre de 2010

Estados de ánimo

Las ciudades tienen estados de ánimo. Una pose y un humor que en Roma, a menudo, dependen de su cielo.

En septiembre Roma se reorganiza. Poco a poco, las desérticas calles del Ferragosto se van repoblando. El silencio del verano recupera escalonadamente su sonido habitual, el del ruido de bocinas y motos. Ruido de caos. Las tiendas vuelven a abrir, los autobuses se abarrotan de gente. Se forman colas en los bares.

En septiembre vuelven el trabajo y el ritmo alocado de la capital. Los días frenéticos, la rutina. Pero el estado de ánimo es variable, porque aún quedan los últimos coletazos del verano. Un cielo gris puede volverse azul en un abrir y cerrar de ojos. Una noche oscura puede iluminarse con el destello más inesperado.

De repente el cielo se mueve. Se queja y se confunde entre el sol y la amenaza permanente de una tormenta. Cae la tarde y sopla el viento. Los árboles aúllan. No habrá más lluvias.

En septiembre a veces huele a tierra mojada. Y a veces las cosas cambian de color. Es de noche en Villa Borghese y vuelvo a un teatro revitalizado. Es mágico. Brilla más que la otra vez. Ha cambiado el cartel, con el mismo genio. Me regala un guiño. “La vida es una historia contada por un idiota, una historia llena de estruendo y furia, que nada significa”. Y Roma sonríe.