martes, 16 de marzo de 2010

Después del caos llega la calma

Tras dos meses de lluvia ininterrumpida, salió el sol. No me lo podía creer cuando subí la persiana y la luz quebró los colores de las paredes de mi habitación. Así que me vestí con premura para volver a dar uno de esos paseos que liberan toxinas acumuladas. Y volví a perderme en la inmensidad de la ciudad y en la extraña sensación de amor-odio que genera a cada paso.

Días antes pude aprovechar unos pocos rayos de sol y pasear hasta Piazza del Popolo, Subir al Monte Pincio y sentir entre charlas las energías de Villa Borghese, aún pendiente de descubrir sus maravillas artísticas. Disfrutar de la paz de su jardín infinito, bucólico, lleno de olores suaves y rincones remotos.


Aunque muchos suben a pie, los coches se amontonan a sus puertas. Familias que dejan atrás el caos, para perderse entre turistas –¡cada vez son más!-, deportistas abstraídos y juegos de niños. Entre flores, brisas y sabor a libertad. Soñar para seguir soñando, en bici o a caballo. Bajo un árbol, con un libro. Sin prisa... Sin miedo a la lógica de lo irreal, sin temer a una ciudad tan compleja como amable. Legendaria, desquiciada, fantasmal y soñadora. Roma...


Tomé mi primer helado, a una módica temperatura de diez grados. Merodeé una y otra vez por Piazza Navona, mirando a ras de suelo, esta vez, hacia el balcón que me atrapa cada día. Al que me asomo siempre absorta. Me integré en esa plaza-pueblo llena de vida, de historias, entre guitarristas melancólicos, pintores, menús a precio de oro y dobles de Michael Jackson. Entre sus cuatro ríos. Entre caos y calma.

1 comentario:

  1. Cuando puedas, visita Villa Medicis y me cuentas experiencias, por favor... Necesito saber más de ese Velázquez fascinado por unos jardines romanos hasta el punto de hacer sus únicos cuadros de pequeño formato. Un beso enorme y sigue disfrutando tanto de la Ciudad Eterna

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