miércoles, 17 de noviembre de 2010

Doppia faccia

Cae la noche, pronto, muy pronto. Los días se hacen cortos y siento que todo lo que brillaba en primavera se queda escondido bajo el silencio de un invierno prematuro. Se pierde entre el ruido impertinente del caos. Pienso en el camino de todos los días, de casa al trabajo, del trabajo a casa. Perfilo con la vista el Coliseo, de día, de noche. Tiene un doble rostro, indestructible al tiempo, blanco y negro. También sufre la polución y el tráfico.


Pienso en el doble rostro de Roma. Pasear por ella es viajar a las emociones más extremas. Sus cuestas, sus baches o sus encantadores y a la vez incómodos “sampietrini”, son sólo una pequeña parte visible de su inagotable repertorio de incoherencias y contrastes, que sorprenden al turista y golpean al ciudadano.

Pienso en el impacto que sentí al ver por primera vez los Foros Imperiales y en el trozo de Domus Áurea que se cayó y aún no ha sido restaurado; en la Fuente de los Cuatro Ríos y el repertorio obsoleto de los músicos de la plaza; en el olor a pizza, o a café, y el de la humedad que se pega a los cristales de mis ventanas; en la alegría que respiro en cualquier trattoria y la amargura que revela siempre alguien en cualquier autobús.

Pienso que Roma tiene dos miradas, pienso en la profesora de universidad que esta mañana decía que quería marcharse de la ciudad, con resignación y nostalgia porque indefectiblemente la ama. Pienso en el conductor del autobús, que también esta mañana decidió vaciar el vehículo porque había oído rumores de una manifestación estudiantil en Termini y pensó que no era buena idea seguir su recorrido. Pienso en la vecina que me abrió las puertas de su casa cuando se me estropeó el pasapurés y en los gritos que retumban en el primer piso cuando entro en el ascensor. Pienso en ese cartel antológico que alerta del peligro de su uso: “Chi si serve dell’acensore lo fa a suo uso e pericolo” –quien se atreva a subir asume las consecuencias-.




Pienso que, en realidad, todas las ciudades tienen dos caras y muchas más. Yo he visto dos caras de Roma, pero a partir de ahora la miraré de perfil. Le daré las gracias por sus golpes y regalos, seguiré asomándome al balcón y miraré atónita la cúpula de la iglesia de Santa Agnese cuando caiga el sol. Pronto me despediré de la plaza con un hasta luego. Volveré a buscarla algún día, volverá ella a mí. Y me acompañará siempre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario