domingo, 5 de diciembre de 2010

¿Qué fue de la "canzone" italiana?

Esta semana se conoció la noticia de que Italia vuelve al Festival de Eurovisión, después de 13 años de ausencia. Buena o mala noticia, no lo sé, puesto que la canción “eurovisiva” nunca fue Santo de mi devoción. En todo caso, me sugiere a voces un interrogante: ¿Qué fue de la canción italiana?

Hace casi un año que vivo en Italia y me he hecho muchas veces esta pregunta. Empezaré por el principio. Desde mi primera semana en Roma he pasado varias horas entre los estantes de la Feltrinelli -una Fnac a la italiana- fascinada por decenas de discos de nombres conocidos, canciones de éxito y álbumes que quería descubrir. Gracias al lector gratuito de CD’s y a las largas tardes de lluvia "ojear" música se convirtió en una de mis actividades predilectas. Me perdía entre los interminables títulos de la “Canzone italiana”, intrigada por saber más sobre lo que habría detrás de Mina o Patty Bravo, de “Volare” o “Sapore di Sale”.

Descubrí a Rino Gaetano, un genio que hizo de la música buen rollo a pesar de presagiar su trágica muerte en una de sus canciones. En 1981, a los 31 años, murió tras un accidente de coche y después de que cinco hospitales romanos se negaran a atenderle. Un misterio que Italia aún busca resolver y que –suele ser así- le da un punto más para entrar en la selecta categoría de los mitos. Por cierto, uno de sus grandes éxitos, es -desde el mes de enero, por lo menos- sintonía de un anuncio televisivo.



Compré algunos discos: Franco Battiato, Ligabue, Vasco Rossi, Lucio Battisti... Me perdí entre tanto material, empaquetado en cuidadas ediciones, etiquetado con ofertas y reofertas especiales, anzuelo perfecto para todo cliente compulsivo. Luego abrí los discos, me detuve entre fotos y letras que tomé como divertidos ejercicios de lengua; confirmé que si el amor es el tema musical por antonomasia, en Italia más todavía; entendí que hay matices dentro de la “canzone”, que hay un mundo entre De Gregori y Al Bano. Hasta ahí desarrollé un placentero pasatiempo. Después llegó San Remo.

El Festival, durante años la antesala italiana a Eurovisión, contó este año, entre otros, con la participación del príncipe Emanuele Filiberto de Saboya –abucheado, ¡menos mal!, por el público- y trajo un nombre a los escaparates de la Feltrinelli: Valerio Scanu.

No quiero detenerme mucho en este chico de 19 años que se convirtió en el ganador más joven de San Remo, ni tampoco en sus canciones vacías y facilonas -lo siento, quizás él no tenga la culpa-. Pero entendí muchas cosas cuando su disco post-San Remo se convirtió en líder de ventas e invadió durante meses la Feltrinelli. Entonces me di cuenta de que todos esos artistas que había descubierto con tanto interés, incluido Rino Gaetano, pasaron en algún momento por el Teatro Ariston.

Ahí tuve claro que Italia y San Remo son paradigma de cómo la televisión ha instrumentalizado la música, subordinándola al entretenimiento, sustrayéndole su esencia en beneficio del poder mediático. En España, por desgracia, también tenemos numerosos ejemplos de este fenómeno. En Reino Unido también, no hay más que ver a Susan Boyle y compañía. Pero Italia se lleva la palma y, aunque unos pocos hayan sabido diferenciarse en ese pozo televisivo, su “canzone” sigue hoy el mismo recorrido que antaño, con el añadido de los Youtube, MySpace y demás cajones de sastre.

Por suerte, si uno tiene tiempo, puede ir a pequeños locales, a las revistas del género y también, por supuesto, a esos Youtube y My Space para excavar bajo ese escenario que promociona a artistas de cada vez más dudoso talento y que explota a sus viejos mitos hasta la saciedad. Gracias a esos canales he podido acercarme a nuevos grupos como Subsonica, Le luci della centrale elettrica, Zero Assoluto o Il teatro degli orrori, y me he dejado a muchos por el camino, grupos y artistas emergentes que, seguro, tienen mucho que ofrecer.


Hasta que se acerque San Remo seguirá siendo un placer bucear en la Feltrinelli. Y sonreiré siempre cuando escuche “La canzone del sole” y “Buonanotte fiorellino”, aunque para muchos sean excesivos terrones de azúcar. Me gustan esos cantautores, me gustan esas letras susurradas en la lengua (bien) hablada más bonita del mundo. Sólo me inquieta que Italia poco pueda hacer ya para librarse de la desgastada etiqueta de su eterno festival y que su vuelta a Eurovisión sólo sirva para volver a dibujarla.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Doppia faccia

Cae la noche, pronto, muy pronto. Los días se hacen cortos y siento que todo lo que brillaba en primavera se queda escondido bajo el silencio de un invierno prematuro. Se pierde entre el ruido impertinente del caos. Pienso en el camino de todos los días, de casa al trabajo, del trabajo a casa. Perfilo con la vista el Coliseo, de día, de noche. Tiene un doble rostro, indestructible al tiempo, blanco y negro. También sufre la polución y el tráfico.


Pienso en el doble rostro de Roma. Pasear por ella es viajar a las emociones más extremas. Sus cuestas, sus baches o sus encantadores y a la vez incómodos “sampietrini”, son sólo una pequeña parte visible de su inagotable repertorio de incoherencias y contrastes, que sorprenden al turista y golpean al ciudadano.

Pienso en el impacto que sentí al ver por primera vez los Foros Imperiales y en el trozo de Domus Áurea que se cayó y aún no ha sido restaurado; en la Fuente de los Cuatro Ríos y el repertorio obsoleto de los músicos de la plaza; en el olor a pizza, o a café, y el de la humedad que se pega a los cristales de mis ventanas; en la alegría que respiro en cualquier trattoria y la amargura que revela siempre alguien en cualquier autobús.

Pienso que Roma tiene dos miradas, pienso en la profesora de universidad que esta mañana decía que quería marcharse de la ciudad, con resignación y nostalgia porque indefectiblemente la ama. Pienso en el conductor del autobús, que también esta mañana decidió vaciar el vehículo porque había oído rumores de una manifestación estudiantil en Termini y pensó que no era buena idea seguir su recorrido. Pienso en la vecina que me abrió las puertas de su casa cuando se me estropeó el pasapurés y en los gritos que retumban en el primer piso cuando entro en el ascensor. Pienso en ese cartel antológico que alerta del peligro de su uso: “Chi si serve dell’acensore lo fa a suo uso e pericolo” –quien se atreva a subir asume las consecuencias-.




Pienso que, en realidad, todas las ciudades tienen dos caras y muchas más. Yo he visto dos caras de Roma, pero a partir de ahora la miraré de perfil. Le daré las gracias por sus golpes y regalos, seguiré asomándome al balcón y miraré atónita la cúpula de la iglesia de Santa Agnese cuando caiga el sol. Pronto me despediré de la plaza con un hasta luego. Volveré a buscarla algún día, volverá ella a mí. Y me acompañará siempre.

domingo, 19 de septiembre de 2010

Estados de ánimo

Las ciudades tienen estados de ánimo. Una pose y un humor que en Roma, a menudo, dependen de su cielo.

En septiembre Roma se reorganiza. Poco a poco, las desérticas calles del Ferragosto se van repoblando. El silencio del verano recupera escalonadamente su sonido habitual, el del ruido de bocinas y motos. Ruido de caos. Las tiendas vuelven a abrir, los autobuses se abarrotan de gente. Se forman colas en los bares.

En septiembre vuelven el trabajo y el ritmo alocado de la capital. Los días frenéticos, la rutina. Pero el estado de ánimo es variable, porque aún quedan los últimos coletazos del verano. Un cielo gris puede volverse azul en un abrir y cerrar de ojos. Una noche oscura puede iluminarse con el destello más inesperado.

De repente el cielo se mueve. Se queja y se confunde entre el sol y la amenaza permanente de una tormenta. Cae la tarde y sopla el viento. Los árboles aúllan. No habrá más lluvias.

En septiembre a veces huele a tierra mojada. Y a veces las cosas cambian de color. Es de noche en Villa Borghese y vuelvo a un teatro revitalizado. Es mágico. Brilla más que la otra vez. Ha cambiado el cartel, con el mismo genio. Me regala un guiño. “La vida es una historia contada por un idiota, una historia llena de estruendo y furia, que nada significa”. Y Roma sonríe.

lunes, 16 de agosto de 2010

Versos de madera

Desde que tengo uso de razón, el teatro ha sido para mí uno de los pequeños placeres de la vida. Aún no sé por qué Roma no me había regalado ese placer desde que en el mes de enero fui a ver “Supermagic”, un recital de ilusiones que me hizo rememorar sueños y viajar a los recuerdos más lejanos de mi infancia.





















Cuando fui por primera vez a Villa Borghese, donde más de una vez me he perdido para encontrarme, no sabía que entre las ramas había un tesoro escondido que hiciera realidad ese placer. El placer de imaginar otros mundos, sentir emociones, abandonarse a esa catarsis que desvela una de las claves de la esencia humana: sentir como el otro, la compasión por el otro, la angustia o el consuelo de verse reflejado en el otro.

Todo esto lo encontré hace unos días en ese lugar escondido, un palacete de madera pintado de blanco como en un cuento de los hermanos Grimm. Entre los árboles de este parque se dibuja un teatro mágico para amenizar las noches de verano con versos de Shakespeare. Idéntico al que escuchó muchos de sus versos por primera vez y que él mismo recitaba con los miembros de su compañía.

Ellos eran “The Lord Chamberlain’s Men” y el teatro era “The Globe”, actualmente –desde que fue reconstruido- una de las mayores atracciones turísticas de Londres.

En esta villa romana, “The Globe” tiene una copia casi exacta. Y en ella viajé en el tiempo, a ritmo de panderetas y tambores, entre risas de bufones y caballeros malvados. Caí en la tentación de pensar si habrían cambiado tanto las cosas desde aquel entonces. Desde que el Globo fuera un lugar de encuentro para amantes furtivos, donde sólo actuaban hombres y adolescentes disfrazados de mujer.












Hay cosas que han cambiado, cosas que siguen igual. El temor a la peste acabó por un tiempo con las tablas. Los que hoy arrinconan la cultura culpan a la crisis. Los burgueses van en vaqueros. El público hace fotos –digitales-. Los guardianes de sala se comunican por móvil. Los versos de Shakespeare, en cambio, siguen más vivos que nunca. Y en realidad, después de haber escrito una crónica, sólo quería añadir eso. Fui a ver “Mucho ruido y pocas nueces” y Shakespeare me enseñó que el amor y la palabra van de la mano.




Benedicto: No hay nada en el mundo que ame como a ti. ¿No es extraño?
Beatriz: Tan extraño como algo que no conozco. Yo también podría decir que no amo nada en el mundo como a ti, pero no me creas. Y sin embargo, no miento. Nada confieso ni niego nada.

"Mucho ruido y pocas nueces", William Shakespeare (1600)

sábado, 14 de agosto de 2010

Claroscuro

Entre calor de espanto y escapadas, un viaje en el tiempo. Una ciudad que disputa su belleza con la dejadez. Nápoles. Me encontré en ella con el impacto de una primera imagen: la plaza de la estación. Revuelo de obras, tráfico, caos y mercados ambulantes. Me invadió una sensación de insalubridad sofocante, entre basura, desorden y un triste olor que oscurece las fachadas de palacios y edificios reales que algún día hicieron de “Parténope” una ciudad noble. La primera impresión suele ser crucial, pero esta máscara no es digna de Nápoles.

Descubro encantadoras calles estrechas con ropa tendida y estampas de la Madonna que me recuerdan que estoy en una de las ciudades más devotas del país. También la más peligrosa, de las más peligrosas de Europa, seguramente, con tasas de criminalidad escandalosas. Pobreza, delincuencia y todas las miradas hacia el forastero, que camina de puntillas y mide sus pasos a la defensiva.

De repente, Nápoles reparte imágenes genuinas, de película, un regalo para el ojo extranjero. Una fortaleza sobre el mar- el Castel del’Ovo-; un majestuoso templo de la lírica –el Teatro San Carlo-; parques entre mar y montaña –el Vesubio-; claroscuros –“El martirio de Santa Ursula” de Caravaggio-; reuniones familiares en la Piazza Dante y cafés de media tarde bajo las cristaleras de la Galleria Umberto I.

Quizás fue casualidad que en un solo día me topara con tres bodas, a cada cual más peculiar. La primera, en el castillo Sant’Elmo, me causó particular impacto: una novia que respondía al nombre de Monica, vestida de rojo carmín, rubia, con una terriblemente brillante peineta de purpurina y un colorido ramo de flores falsas. Un novio, demasiado delgado para ser napolitano, eclipsado por un padrino vestido de Elvis Presley con un traje cuatro tallas más pequeñas que la suya. El resto de invitados, no más de diez, saltaban de júbilo sin vergüenza y sin disfraz. Hablaban en incomprensible napolitano, pero entendí que su día feliz no necesitaba artificios ni trajes de gala.

Luego llegó el mar. Niños que jamás tendrán miedo a tirarse de cabeza entre las rocas. Padres que fuman, madres que gritan. Adolescentes que reman para algún día irse en busca de un futuro mejor, con la nostalgia de esos veranos interminables en esa ciudad que siempre será suya. Donde los niños crecen mirando al horizonte y los adultos ven el tiempo pasar.

Hornos de leña, pizza de infarto y Capri, una isla preciosa dañada por los abusos del lujo. Un barco que no zarpa a tiempo, un tren sin aire acondicionado, colas sin orden ni concierto, gritos y miradas de asombro ante un carácter que exaspera y hace sonreír.

viernes, 9 de julio de 2010

Entre silencio y un pulpo

Hoy, mientras España estaba pendiente del veredicto de un pulpo, Italia amanecía sin noticias. Nada de periódicos, nada de televisión ni teletipos. Redifusión y telediarios viejos. Sólo la televisión pública, Rai, emitió un breve informativo para cumplir con los servicios mínimos. Con noticias de ayer. Ni siquiera los diarios deportivos han actualizado sus webs y -¡Dios mío!- se han perdido el pronóstico de Paul.

Un día en blanco. Porque los periodistas, deudores de la voz del pueblo, no quieren –no queremos- cortapisas, no quieren una ley que proteja a aquel que tiene algo que esconder y que castigue con multas y penas de cárcel a los que publiquen el contenido de escuchas telefónicas interceptadas en investigaciones judiciales. La “ley mordaza”, la llaman.

Me quedo con eso que denominamos el derecho de información de los ciudadanos y salgo a la calle a preguntar a esos ciudadanos qué opinan al respecto. Y me encuentro con silencio.

“No te digo lo que pienso, porque me cabreo”, me espeta tajante una quiosquera de Campo di Fiori. ¿No debería ser al revés, –me pregunto- no deberías decirme lo que piensas, precisamente, porque estás cabreada? A veces es difícil alzar la voz, pero parece que Italia se ha quedado sin cuerdas vocales. Da la impresión de que vive con una mordaza desde hace mucho tiempo. Nadie sabe en qué momento empezó a hilarse, a diluir el espíritu crítico, pero está ahí, se articula a sus anchas. Y se empeña en callar a un país maravilloso.

El paro informativo coincidió con una huelga de transportes en contra de los recortes presupuestarios y muchos han equiparado una cosa con la otra.“No sabía que la huelga afectara también a los periódicos”, confiesa una clienta del mismo quiosco . Y baja el tono de voz cuando le pregunto si hoy por hoy un italiano es libre de decir lo que piensa. “Más o menos”, sugiere. Sin embargo, cree –o dice- que el país funciona mejor desde que Silvio Berlusconi es primer ministro. Todo un enigma.

El alegato a favor de la libertad de expresión fue bautizado como “jornada de silencio”, una paradoja si no fuera porque el silencio está en la calle prácticamente los 365 días del año. Por suerte hubo gente que hace una semana lanzó un grito de hartazgo en una manifestación contra esta clase política amparada por el abuso del poder. Más gritos y puede que la cosa cambie. Pero mañana, por desgracia, muchos dirán que la huelga ha sido un éxito. Y volverá a haber silencio.

En España, mientras tanto, pensamos en el pulpo. Quizás él tenga la clave.

sábado, 19 de junio de 2010

Confianza

Hoy se ha ido alguien que confiaba. En la justicia, en la democracia, en la libertad, en la igualdad, en la literatura. Alguien a quien siempre he debido la lectura de sus obras y a quien admiraba –y admiro- por el corazón que desprendían siempre sus palabras publicadas en los diarios. Gracias al espacio que abrió en internet, su cuaderno, a menudo me contagiaba de un optimismo crítico, de un pesimismo cargado de vida, de una mirada utópica que me activaba las neuronas y despertaba en mí ansias de aprender, de leer, de actuar y de vivir. Una mirada que recupero ahora al rescatar sus críticas a la pesada obra de teatro que ensombrece el país en el que vivo. Ojalá tus páginas sigan dándonos fuerza para confiar. Y ojalá algún día, donde quiera que estés, celebres que Italia es lo que merece ser.

"Si Cicerón todavía viviera entre vosotros, italianos, no diría “¿Hasta cuando, Catilina, abusarás de nuestra paciencia? y sí: “¿Hasta cuando, Berlusconi, atentarás contra nuestra democracia?”. De eso se trata. Con su peculiar idea sobre la razón de ser y el significado de la institución democrática, Berlusconi ha transformado en pocos años a Italia en una sombra grotesca de país y a una gran parte de los italianos en una multitud de títeres que lo siguen aborregadamente sin darse cuenta de que caminan hacia el abismo de la dimisión cívica definitiva, hacia el descrédito internacional, hacia el ridículo absoluto.

Con su historia, con su cultura, con su innegable grandeza, Italia no merece el destino que Berlusconi le ha trazado con frialdad canalla y sin el menor vestigio de pudor político, sin el más elemental sentimiento de vergüenza. Quiero pensar que la gigantesca manifestación contra la “cosa” Berlusconi, donde serán leídas estas palabras, se convertirá en el primer paso para la libertad y la regeneración de Italia. Para eso no son necesarias armas, bastan los votos. En vosotros deposito mi confianza."
José Saramago, 7 de diciembre de 2009. Publicado en "El cuaderno de Saramago".