miércoles, 17 de febrero de 2010

Passeggiata

Amenazaba con llover, pero salí de trabajar y una extraña inercia me enredó por las calles de Roma. Caminé, caminé, caminé... Y me iba alejando, sin saber hacia donde mirar, del bullicio, de los puentes, escondite de decenas de gaviotas que se alzan a volar cuando sienten que un cuerpo humano se acerca. Lástima que no puedan hablar, pensaba, y verbalizar ese ascenso a mil revoluciones y ese descenso vertiginoso al todo. No al vacío. A ese todo que es Roma, pintada de color y piedra, de fachadas descompuestas que sujetan la belleza de matices infinitos y tonos oxidados.


Y pensé cómo sería estar en la piel de una de esas gaviotas, tan pequeñas, que hacen suya la ciudad sobrevolando un horizonte perfecto. Que desoyen el caos circulatorio dibujando una línea recta sobre el rostro de Roma, redondo y amable. Me pregunté si se sentirían pequeñas o libres, o las dos cosas. Subía, subía y... ¡Ecco! El Giannicolo me ayudó a hacer mío también ese horizonte, esos puentes que acababa de fotografiar y que ahora estaban ahí abajo, tan lejos. Cerca y lejos. Volví a darme cuenta de lo relativo de esos términos. Y me quedé un buen rato en el “Piazzale del Faro”, pensando en nada y en todo, desmenuzando cada una de las cúpulas que sobresalían del muro que veía en primer plano, repleto de huellas, garabatos y palabras cariñosas. Había llegado a lo más alto. Así que dibujé mi bajada, sin mapa, sin prisa, sin miedo a las nubes, entre aceras estrechas y conductores suicidas.


























Pensé que tampoco estaría mal ser embajador por un día y despertarse con esa vista cuando pasé por la residencia diplomática española. Y mis pies pudieron decir que habían superado el desafío de los “sampietrini” cuando pisaron el laberíntico Trastevere. Anochecía. Respiré el olor a queso y a embutido recién cortado. A chocolate fundido. A horno de leña y a humedad. Estaba en el otro lado del río. Volví a pensar en todo y en nada. Lo crucé. Y, después de creerme soñadora, embajadora y gaviota, reposé esa larga passeggiata con un buen corte de pizza al taglio.






3 comentarios:

  1. A veces dibujar las bajadas, sin prisa, subida a unos tacones y con el suelo desconchado por el uso de las palabras resulta todo un reto, un desafío. Pero esa la magia de la vida, no? Pensar en todo y en nada, y estar dispuesta, incluso, a descalzarte, a cortarte y lastimarte los pies con las piedras con tal de no perder el equilibrio y protagonizar una gran caída. Ya veremos si los rasguños en la piel dejan o no cicatriz. Te quiero.

    P.D. Enormes las fotos (diagonales ;))

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  2. Qué ciudad tan maravillosa... ¡y qué bien la cuentas!

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  3. No nos engañes, que está claro que tú sabes volar :)
    Muaaaa!!!!

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