sábado, 24 de enero de 2015

Simplemente, teatro

No recuerdo exactamente en qué momento nos hicimos amigas. Seguramente, eso sea prueba de que la amistad se forja con el tiempo, que está llena de idas y venidas. Al final lo que cuenta es lo que queda y lo que crece. Para siempre quedarán risas, exámenes, fiestas y unas clases de teatro que parecían un capítulo más de ese tiempo compartido entre adolescentes. Nadie sabía que el teatro era, simplemente, lo que le haría feliz.
Andrea estudió derecho. En Madrid, en París. Recuerdo que fui a verla y cuando le pregunté por sus clases en la Sorbonne solo me hablaba de talleres, de teatro, de circo, de crear y de otra vez de teatro. Recuerdo un paseo por el Jardin du Louxembourg, en el que me perdí yo sola porque -había solo una condición- tenía que dejar la casa esa mañana para un taller de teatro conmiladjetivos que no entendí muy bien. En ese momento, tampoco le di demasiada importancia. 

El tiempo pasó, y aquello iba cobrando fuerza. Seguía encabezando el grupo de teatro del cole, iba a clases. Terminó la carrera y ahí la cosa se puso más seria y se fue a Londres a estudiar. 

Encontré en su espectáculo de fin de carrera una excusa para viajar a Londres. Llevé a un par de amigos. Sabía que no iba a decepcionar. Que aquel sueño había cobrado fuerza y que ya no era un capítulo más. Dos años después, por las mismas fechas, volví a viajar a Londres para verla en la Ópera, con otra buena amiga. Ahí ya no había dudas. Aquello fue para ella un trabajo más, pero, mientras, se iba forjando su verdadero sueño. Había creado su compañía, habían ganado el Festival Talent en Madrid, habían estado en las tablas de Edimburgo… Todo tenía, de repente, sentido.


Haber seguido sus pasos y verla ayer en el Círculo de Bellas Artes, no solo me ha devuelto la motivación para escribir. También me ha dado una lección sobre lo potente que es la capacidad de quien sueña y cree en lo que quiere, de la fuerza que puede llegar a tener desear algo con todas tus fuerzas para lograr hacerlo real. 

El teatro, como muchas otras profesiones, es una carrera de fondo. Pero en estos tiempos es una carrera de fondo en la que los obstáculos empiezan antes de que la fuerza de un sueño pueda llegar a atravesar la mente de cualquiera. Desgraciadamente, parece que crear no está bien visto, ni, mucho menos, bien pagado. Quizá por eso muchos jóvenes renuncien, sin siquiera saberlo, a su sueño antes de dibujarlo. 

Interrupted y la trayectoria de Teatro en Vilo son una prueba de que soñar es posible, y de lo muy necesario que es en estos tiempos, en los que parece que nos han robado hasta el tiempo de soñar. Apaguemos los móviles, cerremos los ojos, y pensemos en cuál es nuestro sueño. Quizá podamos hacerlo realidad. Quizá podamos seguir soñando. O quizá podamos convertirlo, simplemente, en una vía para soportar los obstáculos de esta sociedad casi etérea, que nos está haciendo invisibles, a nosotros y a nuestros sueños. 

Y si no conseguimos soñar, al menos, vayamos al teatro.

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