sábado, 24 de agosto de 2013

Luces, cámara y acción: la ciudad de los sueños


Llegar a Los Ángeles en coche desde San Francisco nos permite saborear cada instante del paisaje. Después de disfrutar del road trip, la mítica playa de Santa Monica nos espera para la puesta de sol. Dejamos atrás las impresionantes casas de Malibú para pasear entre las casetas de los vigilantes de la playa. Cierro los ojos y veo las imágenes de esa serie que me acompañó durante tantos veranos. Supongo que será común en los europeos sentir que al pisar esta tierra uno entra en otra dimensión. La realidad y la rutina quedan muy lejos, suena la claqueta y empieza el espectáculo. Tantas películas, tantas series, anuncios... Muchas imágenes nos han llevado a la noria de esa playa, y si no, nos lo ha contado algún español o madrileño por el mundo. 

Aun así, uno se sorprende. Puede que haya cambiado mucho la forma de viajar y que mucha autenticidad se haya perdido por el camino. Pero, si uno se lo propone, es posible recuperar la esencia por otro lado. La alternativa al hotel, quedarse en casa de un local, es perfecta. En Los Ángeles, como en Berkeley, la suerte me regala la amabilidad de los locales para sentirme como en casa. Anthony nos espera, con su casa ajardinada, tan bonita que nos parece de película y miramos dos veces el mapa pensando que nos hemos equivocado. Nos recibe en un barrio residencial, lejos del conflictivo downtown, cerca de Hollywood y de los comercios. Es muy común entre los jóvenes americanos subalquilar alguna de las habitaciones de su casa por periodos cortos. Nuestros hosts, al menos, disfrutan mucho enseñándonos la ciudad, y así, -dicen- salen un poco de la burbuja que es Los Ángeles.

Todo en esta gigantesca ciudad gira en torno al cine. Si creía que era un tópico, me equivoqué. Cada día vienen cientos de jóvenes buscando una oportunidad en el mundo del celuloide, generalmente  con ansia de fama y dinero. Casi siempre, con un billete de vuelta. Adam trabaja en el bar de Leonardo Di Caprio. Fueron al mismo instituto. La novia de su hermano fue asistente de Penélope Cruz. El padre de Anthony diseñaba decorados para la Metro Goldwyn Mayer. Todo sabe y huele a cine. Y la ficción se hace realidad. El interminable atasco se esfuma cuando nos damos cuenta de que el conductor del coche de enfrente es Matt Damon.

Los Ángeles es una locura. Dicen que la amas o la odias. No hay término medio. Hace falta coche para moverse a cualquier lado y conducir con cien ojos. Los intermitentes simplemente no existen para los angelinos, las avenidas son anchas y cambiar de carril es un infierno. No se puede pasear fuera de los barrios residenciales. Pienso que no me costaría nada acostumbrarme en una de esas casas de Beverly Hills, que me dejan con la boca abierta. Al final, uno consigue llegar al destino, a la hora prevista y con la energía de la primera toma. Subimos al Griffith Park, cinco veces más grande que el Central Park de Nueva York. Llegamos hasta el observatorio, a lo alto de las colinas de Hollywood. Me paro, veo el skyline de la ciudad a un lado, y las famosas letras de Hollywood al otro, que nacieron como un reclamo publicitario para un barrio residencial, se cayeron a trozos, y hoy son un icono cultural americano protegido por una asociación sin ánimo de lucro. Cosas de cine.

Vamos al paseo de la fama, pisamos las huellas de las celebrities en el teatro chino. Desde 1960 más de 24.000 artistas se han hecho con una estrella de mármol rosa. Vemos el Kodak Theatre, que ahora es el Dolby, mientras la empresa de fotos intenta resurgir. No hay alfombra roja, solo un centro comercial. Quizá la parte más decepcionante del viaje. Nos espera Venice Beach, esa playa donde todo puede suceder, resquicio neo hippy, bohemio, grotesco, un paseo entre la más diversa fauna humana, entre encantadores de serpientes, cantantes trasnochados y exhibicionistas Schwarzeneggers que se entrenan en Muscle Beach, el gimnasio al aire libre que puso de moda el actor de Terminator. La noche acaba en un mexicano con buenos tacos y buenas margaritas, entre partidas de poker y música de Michael Jackson. Al día siguiente, los estudios nos esperan para rodar la próxima secuencia. Un día de ensueño entre decorados de cine, simuladores de películas de ficción y la experiencia única de vivir la fantasía de formar parte por un día de esta gigantesca industria, de una máquina perfecta de fabricar y hacer realidad sueños insólitos.

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