miércoles, 7 de agosto de 2013

Lemon Tree


Despliego la persiana de mi habitación y abro la ventana. Huele a romero, a eucalipto y a limón. Suele estar nublado en Berkeley, por la mañana, pero a mediodía se abre el cielo y sale el sol. Al parecer las corrientes del Pacífico en la Bahía de San Francisco producen n clima muy particular en la zona, hacen que el verano no llegue realmente hasta septiembre-octubre y que el vapor del agua se convierta en una intensa niebla, baja, a menudo incómoda y fantasmagórica. Cuando la niebla desaparece la sensación térmica mejora y los días pueden ser simplemente maravillosos.
 
Cuando llegué aquí ya sabía que California es América, pero solo una parte, y una parte muy particular. Por eso decidí a conciencia, o por casualidades de la vida, que mi primera experiencia on american soil fuera en este rincón del país. Qué mejor momento para cumplir el sueño de pisar Berkeley, donde precisamente había un curso relacionado con la alimentación y sus implicaciones sociales, políticas y económicas, un tema que ha despertado mi interés en los últimos tiempos y al que tengo la suerte de dedicarle tiempo en el trabajo, aunque no siempre con la perspectiva suficiente.  

Berkeley es la cuna de lo que hoy se conoce como "Califiornia Cuisine", un movimiento que nació en su prestigiosa universidad en tiempos de cambio y de revueltas de la mano de Alice Waters. En 1971, esta joven estudiante, que también sería activista, restauradora y chef, volvió de un intenso viaje a París impactada por la filosofía culinaria francesa, y decidió trasladarla a la Bahía de San Francisco. Abrió Chez Panisse, hoy considerado el mejor restaurante de Berkeley, e inició un movimiento de defensa de la producción local, de los pequeños agricultores y de la cocina simple y fresca. Hoy sus discípulos están repartidos por toda California, y no es difícil encontrar restaurantes con esta línea culinaria, que defiende también la producción orgánica y la diversidad de las cocinas regionales. Más allá de su restaurante, Waters lidera la corriente americana del movimiento Slow Food, que nació en Italia en los ochenta como respuesta a la globalización de la cocina y la consiguiente pérdida de raíces e identidades culinarias locales. 

Tuve la ocasión de entrevistar a Waters en una feria en Roma. Entonces no tenía ni idea de que iba a aterrizar en su ciudad. La arraigada ¨conciencia alimentaria¨, de la comida sana, es una excepción americana en California. No conozco otros Estados, pero es cierto que esta parte del país, y Berkeley en concreto, fulminan rápido la imagen que hace de América un sinónimo de Fast Food. Cada día, en alguna parte de Berkeley, hay un ¨Farmer´s Market¨ en el que pueden encontrarse vegetales frescos, leche recién ordeñada o mantequilla natural, sin ningún tipo de conservante añadido. En los supermercados hay una amplia oferta de productos orgánicos, huevos de varios tipos, de gallinas felices, libres, no enjauladas, no estresadas (algunas etiquetas utilizan este término) y capaces de poner huevos conmilyunapropiedadessaludables. 

Sorprende ver lo muy en serio que se toman la alimentación en los menús de los restaurantes, donde es habitual encontrar ofertas para celíacos y otros tipos de alergias y con una propuesta sorprendentemente internacional. En mi propia calle hay al menos dos restaurantes etíopes, un argentino, un brasileño, un mexicano, un tailandés, un vietnamita y un nepalí. La mezcla es explosiva y reflejo de una potente sensibilidad de los californianos por los aromas y los sabores. Por supuesto, en cualquier supermercado se pueden encontrar los ingredientes necesarios para elaborar cualquiera de estas cocinas. También es frecuente escuchar entre los lineales a padres que explican cuidadosamente a sus hijos de dónde viene lo que comen. 

Berkeley, poblada de limoneros y romero, es también cuna del movimiento ¨Edible Cities¨, (ciudades comestibles) que busca aprovechar todo lo que la ciudad nos puede dar y potenciar la utilización de espacios urbanos para cultivar alimentos. Buscar comida entre las calles de la ciudad es una práctica habitual en muchos hogares, sin importar el estatus ni la clase social. 

¿Por qué pagar por un limón cuando tu propia calle te lo puede ofrecer? Abro la ventana de mi cuarto y me hago la pregunta, pero algo me impide alzar el brazo y apropiarme del precioso Lemon Tree que me da los buenos días cada mañana. 

Barreras culturales, who knows... 


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